Además de todas las alegrías que nos brindan, las familias y las amistades más cercanas también suelen ser una fuente de conflictos, traiciones, remordimientos y resentimientos.
Un ejemplo lo pudimos ver con el libro de memorias del príncipe Harry, Spare («En la sombra», en español), que nos muestra que las personas más cercanas a nosotros son también las que suelen tener el mayor poder para hacernos daño.
En el libro describe luchas de poder, conflictos, dinámicas familiares difíciles y décadas de culpa, celos y resentimiento.
Este tipo de conflictos pueden parecer imposibles de resolver. No es fácil dejarlos atrás y a veces simplemente no se puede, al menos a corto plazo.
Pero la psicología nos ha ayudado a comprender mejor por qué se rompen las relaciones más cercanas a nosotros y qué factores hacen que sea más probable encontrar una solución.
Y es que a lo largo de la vida resulta muy difícil evitar herir, fastidiar o entrar en conflicto con las personas a las que queremos, algo por lo que pasa la mayoría de la gente. De ahí que aprender a lidiar con esas situaciones es un objetivo más útil y realista que evitarlo.
Heridas de apego
El primer paso consiste en entender qué hace que los conflictos en las relaciones sean tan difíciles y cuáles son las distintas formas de abordarlos.
Las psicólogas canadienses Judy Makinen y Susan Johnson han utilizado el término «heridas de apego» para describir el tipo de dolor que se produce cuando percibimos que hemos sido abandonados, traicionados o maltratados por las personas más cercanas a nosotros.
Estas heridas escuecen tanto porque nos llevan a cuestionar la confianza, fiabilidad o lealtad de esas personas y desencadenan un sinfín de respuestas emocionales y de comportamiento, como la agresividad, el resentimiento, el miedo, la evasión y la reticencia a perdonar.
Estas respuestas han evolucionado como una forma de autoprotección y están arraigadas en nuestras historias personales y nuestra personalidad.
El dolor puede perdurar indefinidamente y seguir influyendo en nosotros desde la oscuridad.
En este sentido, ¿Qué es lo que han aprendido los psicólogos sobre la forma en que las personas se curan, superan el dolor e incluso aprenden y crecen a partir de él?
Tortugas, tiburones, osos de peluche, zorros y búhos
Son muchas las investigaciones que se han realizado sobre la resolución de conflictos.
Una de ellas, del psicólogo social David W. Johnson, estudió los «estilos» de gestión de conflictos en los seres humanos y modeló las formas típicas en que respondemos a ellos.
Sostuvo que nuestras respuestas y estrategias en la resolución de conflictos tienden a implicar un intento de equilibrar nuestras propias preocupaciones (nuestros objetivos) con las preocupaciones de las otras personas implicadas (sus objetivos) y la preservación de la relación.
Johnson estableció cinco estilos o enfoques principales en torno a este equilibrio:
- Las «tortugas» se retiran, abandonando tanto sus propios objetivos como la relación. El resultado suele ser un conflicto congelado y sin resolver.
- Los «tiburones» tienen una actitud agresiva y enérgica y protegen sus propios objetivos a toda costa. Tienden a atacar, intimidar y abrumar durante el conflicto.
- Los «osos de peluche» buscan mantener la paz y suavizar las cosas. Abandonan por completo sus propios objetivos. Se sacrifican por el bien de la relación.
- Los «zorros» adoptan un estilo de compromiso. Se preocupan de que ambas partes hagan sacrificios y ven la concesión como la solución, incluso cuando se obtienen resultados que no son los ideales para ambas partes.
- Los «búhos» adoptan un estilo que considera el conflicto como un problema que hay que resolver. Están abiertos a resolverlo mediante cualquier solución que ofrezca a ambas partes una vía para alcanzar sus objetivos y mantener la relación. Esto puede implicar un tiempo y un esfuerzo considerables. Pero los búhos están dispuestos a resistir lo que cueste.
La investigación sugiere que nuestros estilos de resolución de conflictos están relacionados con nuestras personalidades e historias que forman parte de nosotros.
Por ejemplo, las personas cuyas primeras experiencias les enseñaron que sus sentimientos carecen de importancia o son invisibles pueden ser más propensas a desarrollar estilos de gestión de conflictos que minimicen instintivamente sus necesidades (por ejemplo, el osito de peluche).
Algunos psicólogos también han sugerido que nuestros estilos de gestión de conflictos pueden modificarse en las relaciones más duraderas, pero no tienden a cambiar drásticamente.
En otras palabras, aunque un oso de peluche pueda desarrollar características que reflejen otros estilos, es muy poco probable que se convierta en un tiburón.
Los psicólogos Richard Mackey, Matthew Diemer y Bernard O’Brien sostienen que el conflicto es inevitable en todas las relaciones.
Según sus investigaciones, la duración de una relación depende en gran medida de cómo se afronte el conflicto, y las relaciones más duraderas y satisfactorias son aquellas en las que ambas partes aceptan el conflicto y lo afrontan de forma constructiva.
Por tanto, aunque una relación entre dos tiburones sea duradera, la probabilidad de que sea armoniosa es mucho menor que la de una relación entre dos búhos.
El perdón
El perdón suele considerarse el objetivo último en los conflictos de pareja.
Los analistas Lisa Marchiano, Joseph Lee y Deborah Stewart, de la escuela de psicología analítica de Carl Gustav Jung, basada en restablecer el equilibrio emocional, describen el perdón como un punto en el que somos capaces de «mantener en nuestros corazones, al mismo tiempo, la magnitud del daño que nos han hecho y el aspecto humano de quien nos hizo daño».
No es fácil llegar a ese punto porque puede parecer que estamos minimizando nuestro sufrimiento al perdonar a alguien.
Pero las psicólogas Masi Noor y Marina Catacuzino, fundadoras del Proyecto Perdón que ofrece recursos para ayudar a las personas a superar agravios no resueltos, incluyen una serie de habilidades o herramientas esenciales que, según ellas, pueden ayudarnos a alcanzar el perdón.
Entre ellas, comprender que todos los seres humanos somos falibles (incluidos nosotros mismos); renunciar a competir por determinar quién ha sufrido más; sentir empatía por la forma en que los demás ven el mundo y reconocer que existen otras perspectivas; y aceptar la responsabilidad de cómo hemos podido contribuir a nuestro propio sufrimiento, aunque esto sea algo difícil de digerir.
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